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En los medios




Mamás todo terreno

Cuando Viviana Marchetti quiso saber el resultado de su análisis de embarazo, la respuesta de la bioquímica fue original: le entregó un chupete. El recuerdo todavía emociona a esta comunicadora social de 45 años que vive en silla de ruedas desde los 18, a raíz de un accidente de tránsito del cual fue la única sobreviviente. Y aún conserva el preciado objeto que anunció la llegada de Débora, su primera hija, hoy de 14 años, que cuando quiere resumir cómo ve a su mamá, apela a su lenguaje adolescente: “Es una grande que se la re banca”. Su hermana Morena llegó cinco años después. Pasada esa primera incertidumbre de no saber cómo se las iba a ingeniar con dos nenas, Viviana se vio haciendo lo que cualquier madre: yendo a actos en la escuela, ayudando con la tarea, y ahora organizando el cumpleaños de 15 de su hija mayor. No poder caminar es todo un desafío, pero el ferviente deseo de agrandar la familia le ganó a las dificultades físicas. Vencer a la adversidad es el factor común entre Viviana Marchetti, Mónica Chirife y Marcela Rizzotto, tres mamás en silla de ruedas cargadas de valentía pero sobre todo, de un profundo amor por la vida.

Pequeñas grandes familias

La maternidad de Viviana y las de otras mujeres en condiciones físicas similares fueron relatadas en la conmovedora película Madres con Ruedas, concebida por el documentalista rosarino Mario Piazza y por su mujer Mónica Chirife (ver recuadro). Mónica, en silla de ruedas desde los 7 años a raíz de padecer poliomielitis, decidió documentar su propia vida de la mano de su marido cineasta a partir del nacimiento de María Victoria, la hija de ambos, que hoy tiene 18 años. Así filmaron la cotidianeidad de esa “pequeña familia”, como Mario la llama en el filme, una obra que, confiesa, es la carta de amor que nunca le escribió a su mujer.
“No hay que aflojar”, afirma Marcela Rizzotto, otra mamá rodante. Ella nunca dejó que le gane el desánimo: es bioquímica, farmacéutica, hizo doctorados y postdoctorados en el exterior, trabaja como investigadora, da clases en la universidad, escribió libros de su especialidad y eso no es todo: también es una gran deportista. Su fuerte es la natación, disciplina en la que ganó varias medallas en los Juegos Paraolímpicos y Panamericanos entre 1973 y 1999, cuando se retiró de la actividad competitiva invicta a nivel nacional. En 1982 llegó su hijo Martín, futuro veterinario de 25 años que está totalmente orgulloso de su madre. “Es que para mí no fue un padecimiento, ni nada traumático, es más, de chico era casi un juego subirme a la silla con ella, no me sentía diferente ni mis amigos me lo hicieron sentir. Mi vieja tiene una discapacidad, si se le puede llamar así, pero fue capaz de hacer dos carreras universitarias, alcanzar logros deportivos y de hacer muchísimas cosas. Por eso, además de quererla mucho, la admiro”, sentencia el muchacho.

El día a día

La pregunta inevitable al hablar con estas mujeres es cómo resolvieron la cotidianeidad de la crianza. Todas responden lo mismo: “Te vas arreglando”, dicen, aunque también admiten haber tenido mucha ayuda de familiares y de los papás de los chicos, un acompañamiento que a menudo otras mamás no tienen.
Mónica, a quien la polio le complicó severamente la movilidad de piernas y brazos, señala que no podía alzar a su hija cuando era una beba. “¿Y sabés qué hacía cuando lloraba de noche? Como tenía el moisés al lado de la cama, le daba la mano y María con ese simple gesto se calmaba”. La película muestra a Mónica en muchas otras situaciones donde el ingenio supera los obstáculos, por ejemplo, usaba una mochila porta bebés para hacerle upa a la nena y llevarla a pasear por el barrio.
Marcela ríe con ganas cuando recuerda una vez que, ante un berrinche de Martín a la hora de retirarse de un restaurante donde habían estado cenando, optó por tomarlo de los tiradores y “engancharlo” de su bastón -elemento que usaba para ayudarse a caminar antes de estar en la silla- y así, ante la mirada atónita de los presentes, salir airosa del lugar.
Todas admiten que naturalmente, los chicos se vuelven muy independientes y desde muy temprano son concientes de lo que su mamá puede y no puede hacer. Viviana, por ejemplo, cuenta que sus dos hijas aprendieron a cruzar solas la calle desde muy chicas, y con mucha prudencia. “También, cuando More era bebé, la que empujaba el cochecito para cruzar era su hermana. En definitiva, fueron situaciones que fuimos atravesando y fuimos superando”.

Lo que ellas quieren

Viviana, quien además de ser comunicadora y diseñadora gráfica dirige el Área de Inclusión municipal, asume que poder enfrentar la situación “depende de los recursos simbólicos que uno tenga, y también de los recursos materiales. Tener un auto, un portón que se abra a control remoto, una computadora o un celular te facilita mucho las cosas, hay que reconocer que esto no está al alcance de todos los que estamos en esta condición”.
También surge el tema de la adaptación de los espacios, las calles y los lugares. Mónica opina que Rosario es una ciudad  bastante amable para estar “a bordo de un carrito”, tal como reza el nombre del documental de Mario acerca de la actividad del Club Rosarino de Lisiados y gracias al cual se enamoraron. “Existen las dificultades propias de las barreras arquitectónicas, pero creo que Rosario es una ciudad benigna porque no es enorme, es chata, y al vivir cerca del centro, hay muchas rampas. Lástima que a veces los autos estacionan frente a ellas, y además faltan en muchos barrios”, dice, además de resaltar que ella tiene una silla de ruedas a motor, “algo que debería ser accesible para todos”.
Marcela tuvo la oportunidad de vivir dos meses en Barcelona y cuenta que asistía a la Universidad todos los días en transporte público, algo que le daba una sensación de total libertad. “Me traje todos los boletos de recuerdo, porque para mí era increíble poder viajar en colectivo, fue  realmente una liberación. Acá en Rosario sin un auto es muy difícil andar”, reconoce.
Al preguntarles qué sueñan para sus hijos, la respuesta vuelve a ser coincidente: que sean felices, en lo que elijan. “Yo trato de no proyectar mis deseos en María, pero les pasa a todas las mamás, eso de que hagan lo que una no pudo.  A mi me encantaría que ella sea lo más libre que pueda, que sea lo que quiera ser”, dice Mónica. Lejos de posturas autocompasivas, estas mujeres ruedan por la vida haciendo gala de sus múltiples capacidades, regidas por el deseo de ponerle alas a los retos del destino.


Un retazo de vida

Ganador de varias distinciones nacionales e internacionales, el documental Madres con Ruedas es una realización rosarina que no puede dejar de verse. Filmada a lo largo de 16 años por Mario Piazza junto a Mónica Chirife, relata la historia del matrimonio, de su hija y de otras cinco mamás en silla de ruedas, en un conmovedor mosaico de situaciones íntimas y cotidianas, captadas con maestría por uno de los grandes documentalistas que ha dado la ciudad y con música surgida de improvisaciones en piano hechas por Mónica. Más información en www.madresconruedas.com.ar

Por Cora Giordana
Suplemento Clarín Rosario, 3 de octubre de 2008



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